Cada día con su afán – PABLO VI EN FÁTIMA

José Román Flecha Andrés  (Diario de León, 13-V-2023)

En la explanada que se abre entre los dos santuarios de Fátima una gran estatua de Pablo VI evoca aquel 13 de mayo de 1967 en el que un papa llegaba allí por primera vez para celebrar los cincuenta años desde las apariciones de la Virgen María a tres pastorcitos.
En la homilía que Pablo VI pronunció durante la misa, subrayó las dos intenciones de su peregrinación.
En primer lugar el Papa imploraba a María por una Iglesia viva, una Iglesia verdadera, una Iglesia unida, una Iglesia santa. Oraba para que el culto a Dios conservara su prioridad en el mundo y su ley diese forma a la conciencia y a las costumbres del hombre moderno. Y oraba por los cristianos que se encontraban en los países que habían suprimido la libertad religiosa y promovían la negación de Dios como si esa fuera la liberación de los pueblos.
La segunda intención de la peregrinación de Pablo VI era la paz para el mundo, que tantas dificultades encontraba para conseguir la concordia, la unidad y la fraternidad. Denunciaba el gran arsenal de armas mortíferas y observaba que el progreso moral no acompañaba al progreso científico y técnico. Gran parte de la humanidad vivía en la indigencia y el hambre, mientras la conciencia de sus necesidades contrastaba con el bienestar de otros.
Por ello el Papa pedía a María el don de la paz que solo Dios puede conceder, pero que ha de ser aceptado por los hombres. Y a ellos se dirigía en una letanía impresionante:
“Hombres, procurad ser dignos del don de la paz. Hombres, sed hombres, sed buenos, sed cuerdos y abríos a la consideración del bien total del mundo.
Hombres, sed magnánimos. Procurad ver vuestro prestigio y vuestro interés no como contrarios al prestigio y al interés de los otros, sino como solidarios con ellos.
Hombres, no penséis en proyectos de destrucción y de muerte, de revolución y de violencia, sino en proyectos de ayuda compartida y de colaboración solidaria.
Hombres, pensad en la gravedad y grandeza de esta hora que puede ser decisiva para la historia de la generación presente y de la futura. Y comenzad a acercaros los unos a los otros con la intención de construir un mundo nuevo, un mundo de hombres verdaderos, imposible de conseguir si no tiene el sol de Dios en su horizonte.
Hombres, escuchad en nuestra voz, humilde y temblorosa, el eco vigoroso de la palabra de Cristo: Felices los mansos, porque poseerán la tierra; felices los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios”.
Ante ese panorama del mundo, el papa Pablo VI recordaba la invitación de Nuestra Señora a la oración y la penitencia para que a las luchas, las tragedias y las catástrofes, puedan sobreponerse las conquistas del amor y las victorias de la paz.