José Román Flecha Andrés (Diario de León, 29-I-2023)
Hasta hace poco, decir que una persona era virtuosa parecía una invitación a compadecerla. A muchos les ha extrañado que un filósofo como Alasdair McIntyre haya puesto de actualidad la reflexión sobre las virtudes. Y de paso se han asombrado de que su fuente esté en santo Tomás de Aquino.
- Santo Tomás toma las virtudes como el cañamazo para tejer todo el entramado moral de su reflexión. Gracias a las virtudes se realiza una “modificación del sujeto”. Por medio de ellas, la persona adquiere unas cualidades que no poseía y pierde otras que le impedían el alcance de la felicidad. Así se puede decir que la generosidad reemplaza al egoísmo y el valor supera la timidez.
- Siguiendo a san Agustín, Tomás de Aquino afirma que por el pecado original, la naturaleza humana ha quedado debilitada. Una vez que la armonía original ha quedado resquebrajada, las fuerzas del alma se dirigen hacia objetivos diversos y contrapuestos. La persona se encuentra en un conflicto existencial, se podría decir hoy. Pues bien, la virtud tiende a restaurar la naturaleza herida por el pecado.
- Tradicionalmente se decía que la naturaleza había recibido del pecado cuatro heridas. La primera es la herida de la ignorancia, que aparta a la persona de la verdad y la empuja al error; la segunda es la malicia, que debilita la voluntad para la adhesión al bien; la tercera es la debilidad, que aparta a la persona de lo que le parece difícil y costoso; y la cuarta es la herida de la concupiscencia o el afecto desordenado.
- Pues bien, la virtud actúa para curar esas cuatro heridas de la naturaleza que afectan a la persona, mientras que el pecado las profundiza todavía más. De hecho, el pecado hace perder al alma su fulgor.
- Según santo Tomás, la virtud se adquiere por la repetición de los actos que se orientan al bien. Esa repetición es ardua y difícil, pero a la larga es eficaz, como la del agua que excava la roca. Esa orientación al bien es siempre lenta y gradual. Hasta la misma virtud de la caridad adquiere grados diversos en la persona a medida que avanza hacia la perfección.
- La virtud no puede crecer en extensión, pero sí en intensidad. Por otra parte, las virtudes no aumentan en sí mismas, sino en la persona que las posee. Pero pueden también disminuir y hasta perderse, si no se practican como se debiera en relación con su importancia.
- En la Suma Teológica, santo Tomás afirma que «la virtud es una cualidad buena de la mente, por la cual se vive rectamente, de la que nadie usa mal y que Dios actúa en nosotros sin nosotros”. Según él, la vida moral no se reduce a ejecutar unos actos independientes, sino que incorpora unos hábitos virtuosos que, con la ayuda sobrenatural de la gracia, realizan al ser humano y lo conducen a la felicidad del encuentro con Dios.