«Creemos en Cristo y por eso esperamos y amamos»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos y hermanas, nos hemos reunido esta tarde en torno a la mesa fraterna del amor para dar gracias a Dios por la vida, la obra y el ministerio del papa emérito Benedicto XVI y orar esperanzados por su descanso eterno.
Lo hacemos unidos en comunión al papa Francisco, a la Iglesia universal y, singularmente, a los hermanos que en Roma estos días se acercan a orar en la Basílica de San Pedro y participarán mañana jueves, 5 de enero, en sus exequias.
La muerte siempre nos hace reflexionar y tomar conciencia de nuestra vida terrena y de la fe en la resurrección con más o menos titubeos. El fallecimiento de las personas que han influido en nuestra historia personal y queremos, por diversos motivos, nos afecta de una manera especial.
La llamada a la Casa del Padre de quien fue siervo de los siervos de Dios, padre, maestro y guía para la Iglesia Católica nos acerca a estos sentimientos de pérdida cercana como miembros del Cuerpo de Cristo, aunque no le hayamos conocido o tratado personalmente.
Sentimos su partida y damos gracias a Dios por el don de Benedicto XVI para la Iglesia y para el mundo. Nuestra acción de gracias es justa y sincera. Nos ha dado testimonio de un bautizado, fiel creyente en Jesucristo, de un maestro preclaro y de un buen pastor.
Su fe es la raíz y la fuerza de su vida, obra y ministerio. Benedicto XVI ha profesado su fe en Jesús como juez justo, amigo y hermano y también su abogado —una síntesis bien trabada de su trato personal con Él—, preparándose así para el encuentro definitivo con el Señor.
Su relación con Cristo ha pasado también por la fidelidad del discípulo que busca, conoce, enseña y defiende la verdad del Maestro. No dejemos de buscar la verdad en sus obras.
Su diálogo pastoral con el Señor, como Pedro, de quien ha sido sucesor —respondiendo a la insistente pregunta: “¿Me amas?”—, le ha llevado a seguir al Buen Pastor y apacentar con Él y como Él se lo ha pedido: con delicadeza, firmeza y amor.
Nos deja un legado que nos ayuda a ser mejores discípulos misioneros de Jesús. El ejemplo de creyente, su magisterio y la entrega de buen pastor de Benedicto XVI han guiado y seguirán guiando a hombres y mujeres buscadores de Dios para encontrarse con Jesucristo o profundizar la relación personal con Él.
Estamos en Tiempo de Navidad, hermanos y hermanas, celebrando el misterio de la Encarnación, del nacimiento del Salvador, Dios con nosotros. Este misterio de fe que está unido al de la muerte y resurrección de Jesús, nos da la seguridad de que hemos vencido en todo, incluso en la muerte, gracias al Señor que nos ha amado infinitamente.
Ante el acontecimiento del encuentro definitivo de Benedicto XVI con el Señor, ayudados por su testimonio, magisterio y ministerio pastoral, renovemos nuestra fe y esperanza en la resurrección como comunidad de bautizados, Iglesia que camina y ora unida en la espera activa y comprometida de la vida eterna. Tal y como dijo el papa Francisco en 2016:
«La profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger, sólidamente basado en la Escritura y en los Padres, y siempre alimentado por la fe y la oración, nos ayuda a permanecer abiertos al horizonte de la eternidad, dando sentido también a nuestras esperanzas y a nuestros esfuerzos humanos».
Damos gracias a Dios Padre por Benedicto XVI y le pedimos que sea para él juez misericordioso, pues creyó en Jesucristo y enseñó y dio un hermoso testimonio sobre la fe, la esperanza y la caridad.
De muchas formas y en distintos momentos de su vida fue respondiendo a la pregunta de Jesús “¿Me amas?” con un perseverante “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» hasta el final. Fue la palabra definitiva para llegar a las puertas del paraíso desde el Monasterio Mater Ecclesiae.
Pidamos a Dios Padre, con el auxilio del Espíritu Santo, por medio de esta Eucaristía, el don de creer en Jesucristo con tanta verdad, tanta bondad y tanta firmeza y esperar y amar de la misma manera.
Amén.