2017 - DÍA DEL MISIONERO DIOCESANO
(Sahagún de Campos 17-VIII-2017) - “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”
Ef 3,2-12 Sal 66; Mc 16,15-20
Recibid todos un nuevo y afectuoso saludo en este marco de la iglesia del Monasterio de la Santa Cruz de las MM. Benedictinas de Sahagún, queridos presbíteros concelebrantes, hermanas y hermanos misioneros, delegación diocesana de misiones, familiares y amigos de nuestros misioneros.
1.- Finalidad de los encuentros anuales con nuestros misioneros
Hoy celebramos este encuentro misionero con una doble finalidad: Primero, ofrecer un homenaje de afecto y de gratitud a nuestros misioneros/as, verdaderos adelantados en la misión de la Iglesia, siguiendo la costumbre, muy arraigada ya en nuestra diócesis, de dedicar un día en plenas vacaciones de verano a este hermoso encuentro no solo entre ellos mismos, una ocasión para verse, saludarse, etc., después de algún tiempo. También entre ellos y nosotros, porque los sentimos a todos muy cerca en el afecto y aprecio, aunque físicamente estén en países más o menos lejanos, y porque queremos que se sientan estimados y apoyados en su misión, a la vez que ellos comparten con nosotros los motivos de su vocación y los gozos y esperanzas y, a veces, los dolores y las dificultades de su trabajo pastoral. Y aquí asoma la segunda finalidad de estos encuentros: contribuyen decisivamente a mantener vivo en nuestra Iglesia diocesana el espíritu de la misión que el Señor confió a los apóstoles: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio” (Mc 16,15; cf. Mt 28,19).
Estos encuentros son, por tanto, una oportunidad para recordar nuestra identidad misionera, la de todos los bautizados y muy especialmente la de quienes somos llamados también a poner en práctica el mandato de anunciar el evangelio en virtud del sacramento del Orden o de los votos religiosos. La tarea misionera no es un encargo particular dirigido a unos pocos sino un compromiso general que hemos recibido de Jesucristo todos los discípulos. Esta idea nos ayudará también a superar una visión estrecha y pobre de la Iglesia, como si fuera una realidad encerrada si no entre cuatro paredes, sí al menos en los límites geográficos de la diócesis.
2.- La vocación misionera de la Iglesia se hace realidad en cada comunidad
No olvidemos lo que el Concilio Vaticano II recordó a todos: que cada Iglesia local, tanto la diócesis como las parroquias y aun las comunidades más pequeñas, es verdaderamente la Iglesia de Cristo porque en ella están presentes todas las realidades divinas que la constituyen: la palabra de Dios, la oración, los sacramentos, la caridad fraterna, el apostolado y la misión. Por eso, en ninguna comunidad por pequeña o pobre que pueda parecer, puede faltar el propósito, el deseo o el compromiso, en la medida de lo posible, de responder al mandato del Señor.
La conciencia de esta verdad nos ayuda a descubrir constantemente que la diócesis, la parroquia, la comunidad, el grupo apostólico, la asociación de fieles, etc., son verdaderamente la Iglesia de Cristo en la medida en que viven y se manifiestan como un espacio abierto y acogedor y como una escuela de discípulos que tienen la siempre hermosa tarea de evangelizar. El apóstol san Pablo, en la I lectura, manifestaba esa convicción reconociéndose ministro del Evangelio, es decir, enviado del Señor para “anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo” (Ef 3,8). Él sabía muy bien que debía enseñar y transmitir la fe y la verdad, a la vez que señalaba un medio eficaz de evangelización: la oración. Como recomendaba a su discípulo Timoteo: “Ruego, pues, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad… Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (l Tm 2,1.3-4).
3.- Oración y compromiso en favor de nuestros misioneros
La oración, en consecuencia, debe acompañar el camino y la obra de los misioneros para que la gracia divina haga fecundo el anuncio del evangelio y todas las demás actividades humanitarias y de apostolado. Y me refiero no solo a la oración de los propios misioneros que sino también a la oración de todos nosotros, los que estamos aquí, por la difusión del evangelio y por nuestros misioneros. Porque su tarea, esfuerzo y tesón deben ser compartidos y sostenidos por todos los fieles que, por este medio, nos sentimos también misioneros y partícipes de los gozos y de las esperanzas, y de las tristezas y de las angustias de estos hermanos nuestros, hijos de nuestra Iglesia y verdaderos adelantados del Reino de Dios en el mundo.
La oración alimenta también el compromiso de ayudarles material y eficazmente en su apostolado. No olvidemos tampoco este aspecto. La cooperación económica o cualquier forma de ayuda material, nos harán sentirnos misioneros también a nosotros. Y no olvidemos esto: Ninguna comunidad cristiana es fiel a su cometido pastoral si no es sensible a las exigencias y necesidades que acompañan el anuncio del evangelio. O se es comunidad misionera o no es ni siquiera comunidad cristiana, pues se trata de dos dimensiones de la misma realidad que tienen su origen en el bautismo que todos recibimos y que nos vinculó a la obra de nuestro Salvador Jesucristo. Tengámoslo en cuenta no solo en esta hermosa jornada sino en todo momento de nuestra vida y de la vida de nuestra diócesis y de nuestras parroquias y comunidades.
+ Julián, Obispo de León