2020 AGOSTO - FIESTA DE SANTA CLARA DE ASÍS
Convento de las MM. Clarisas (11 de agosto de 2020)
“Este es el camino que tenéis que recorrer”
Oseas 2, 14b. 15b. 19-20; Sal 44 2 Cor 4,6-10 Jn 15,4-10.
Santa Clara de Asís fue una mujer que tuvo ojos para descubrir lo más hermoso de la vida cristiana. Para ello no tuvo inconveniente en renunciar a su posición social, a la riqueza e incluso al amor de su familia. Clara, movida por otro amor, el de Dios, eligió poseer esa realidad y supo relativizar los bienes humanos eligiendo el camino que venía promoviendo Francisco, el sencillo y alegre joven que renunció a los bienes de este mundo para poseer los que transcienden esta vida. El ejemplo y la palabra del “pobrecito de Asís” inundó el alma de Clara de esa alegría tan característica del carisma franciscano.
1.- El carisma de Santa Clara
Las hermanas clarisas tenéis la fortuna de tener una madre que, desde la meta ya alcanzada para ella y para tantos hermanos y hermanas que se dejaron tocar el corazón con la sencillez del Evangelio, nos dice a todos con humildad y dulzura: "Éste es el camino que tenéis que recorrer si deseáis llegar a donde yo me encuentro". En efecto, vosotras, hermanas clarisas que tenéis vuestro convento a dos pasos de la sede de nuestra Iglesia diocesana, estáis llamadas a ser en nuestra vida y apostolado la presencia espiritual, el carisma de Santa Clara en el hoy de la Iglesia.
Aunque conocéis de sobra este camino, permitidme hablaros de él pero no para enseñaros lo que lleváis viviendo desde hace tantos años en este modernizado convento entre la catedral y la basílica de san Isidoro, que es como decir, en el corazón mismo de la Iglesia diocesana de León. Lo hago porque, frecuentemente, constatamos en nuestra vida espiritual cómo la aguja de nuestra brújula parece perder el norte y se altera sin encontrar la dirección justa. La causa -no quiero decir la culpa- está en nosotros mismos, que nos despistamos con frecuencia seducidos casi sin darnos cuenta por los mil atractivos y sucedáneos de la vida actual. Antes decíamos “el mundo” pero ahora, que creemos conocerlo mejor, preferimos hablar del cansancio espiritual o de las preocupaciones que jalonan nuestro día a día.
2.- La propuesta de Santa Clara hoy
Lemos hoy en la Liturgia de las Horas la carta que Santa Clara escribió a Inés de Praga. En ella se describe, en trazos breves pero esenciales, la voluntad de Clara para sus hijas pero también para todos los cristianos: al proponernos a Jesucristo como el espejo en que debemos mirarnos cada día, porque “El es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo nítido, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar reflejada tu faz en Él, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo”.
En estas palabras resuenan las del Señor cuando en la última cena con los Apóstoles pedía al Padre en la oración sacerdotal por los discípulos: “No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,15-17). Este ha de ser, es ya en quienes se han consagrado a Cristo totalmente, el vestido, el adorno, la imagen incluso, de quienes, siguiendo a Cristo pobre, obediente y casto, se han consagrado a Él en pobreza, castidad y obediencia evangélicas.
3.- Gratitud a la comunidad leonesa de Monjas Clarisas
Un año más, al llegar esta fiesta de Santa Clara, el Señor nos concede celebrar en León la memoria de la gran discípula de San Francisco. Con alegría y esperanza y como obispo agradecido, me uno a esta querida comunidad tan cercana, como he apuntado antes, al corazón de la diócesis Legionense. Pero pienso también en los demás monasterios contemplativos de nuestra Iglesia que atraviesan una grave crisis generalizada, pues, según estadísticas, cada mes se cierra en España un convento. Pese a ello, hemos de tener esperanza, pero esperanza activa, no pasiva o resignada.
Es posible que, en el reloj de la providencia de Dios, vuelva a sonar una hora de conversión personal y de renovación de la vida cristiana. Estemos atentos y activos. No ha sido la primera vez en la historia, incluso reciente de nuestras iglesias locales, en que, después de un periodo de crisis, reflorecen con fuerza la fe, la caridad y la esperanza y, en consecuencia, las vocaciones. Confiemos, pues, pero no pasivamente sino entregados, cada uno, a nuestra propia vocación y misión.
+Julián, Obispo de León